Los Diablos del Nuevo Siglo.
(Los ni�os zapatistas en el a�o 2001, S�ptimo de la guerra contra el olvido).
A los ni�os y ni�as de Guadalupe Tepeyac en el Exilio.
"Miguel Kantun, de Lerma, es amigo de Canek. Le escribe
una carta y le manda a su hijo para que haga de �l
un hombre.
Canek le contesta dici�ndole que har� de su hijo un indio."
"Canek. Historia y leyenda de un h�roe maya".
Ermilo Abreu G�mez.
Este no es un texto pol�tico. Es sobre los ni�os y ni�as zapatistas, sobre los que estuvieron, sobre los que est�n y sobre los que vendr�n. Es, por tanto, un texto de amor... y de guerra.
Los ni�os pueden producir guerras y amores, encuentros y desencuentros. Magos impredecibles e involuntarios, los ni�os juegan y van creando el espejo que el mundo de los adultos evita y aborrece. Tienen el poder de modificar su entorno y convertir, es un ejemplo, una hamaca vieja y deshilachada en un moderno avi�n, en un cayuco, en un carro para ir a San Crist�bal de Las Casas. Un simple garabato, trazado con el lapicero que la Mar les facilita para estos casos, les da bater�a para contar una complicada historia donde el "anoche" abarca horas o meses, y el "al rato" puede querer decir "el siglo que viene", donde (�alguien lo duda?) ellos y ellas son h�roes y hero�nas. Y lo son, pero no s�lo en sus historias ficticias, tambi�n y sobre todo en su ser ni�os y ni�as ind�genas en las monta�as del sureste mexicano.
9 son los c�rculos del infierno de Dante. Nueve las c�rceles que encierran a los ni�os ind�genas en M�xico: hambre, ignorancia, enfermedad, trabajo, maltrato, pobreza, miedo, olvido y muerte.
En las comunidades ind�genas de Chiapas, la desnutrici�n infantil llega hasta el 80%, el 72% de los ni�os no alcanzan siquiera a terminar el primer a�o de la primaria escolar, y en todos los hogares ind�genas ni�os y ni�as, desde la 4 a�os de edad, deben cortar y acarrear le�a para comer. Para romper esos c�rculos hay que pelear mucho, siempre, incluso desde ni�o. Hay que luchar fuerte. A veces hay que hacer una guerra, una guerra contra el olvido.
He dicho que �ste es un texto sobre los ni�os y ni�as que estuvieron. Como es de caballos y caballeros que "las damas primero", empezar� por ese recuerdo que aspira a no repetirse.
Se trata de "la Paticha". Ya antes habl� de ella y, a trav�s de ella, de todos los nonatos del s�tano de M�xico.
Mucho se ha escrito, para bien o para mal, sobre las causas del alzamiento zapatista. Yo aqu� aprovecho para proponer otro punto de partida: los zapatistas nonatos, es decir, buena parte de los ni�os zapatistas. Rara es la familia ind�gena en M�xico que no cuente 3 � 4 ni�os muertos antes de los 5 a�os. Miles en las monta�as del sureste mexicano, decenas de miles en el desv�n abandonado por la "modernidad" gobernante: los pueblos indios, los habitantes originales de estos suelos.
Con menos de 5 a�os de edad, la Paticha muri� de una fiebre. En unas horas, una calentura le quem� los a�os y los sue�os.
�Qui�n fue el responsable de su muerte? �Qu� conciencia se fecund� con su desaparici�n? �Qu� duda se resolvi�? �Qu� miedo se derrot�? �Qu� valent�a floreci�? �Qu� mano se arm�? �Cu�ntas muertes como la de Paticha hicieron posible la guerra que inici� en 1994?
Las preguntas son importantes, porque la muerte de la Paticha fue una muerte oscura. Ya antes dije que ni siquiera se tom� como deceso, pues para el Poder nunca naci�. Es m�s, la nonata llamada Paticha muri� en la oscuridad de la noche, en el olvido.
Sin embargo, oscuridades como la de su muerte son las que iluminaron la mediocre noche de este pa�s, en 1994...
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I.
Y, hablando de oscuridades f�rtiles, debe de haber una explicaci�n cient�fica para dar cuenta de c�mo una oscura nube puede dar paso al destello poderoso de un rel�mpago. Hay muchas explicaciones ideol�gicas, pero a�n antes de que el hombre diera cuenta, en ceremonias, libros y coloquios, de la maravilla de una tormenta nocturna, ya lo oscuro produc�a claridad, ya la noche par�a al d�a, y ya el fuego m�s fiero deven�a en fresco aliento.
As� que es �sta una madrugada particularmente oscura. Sin embargo, para sorprender a los m�s brillantes meteor�logos (o simplemente para contradecirlos), al horizonte de oriente se le desgarran sendos rayos, ramas secas de luz cayendo del luminoso �rbol que la noche esconde detr�s suyo. Es as� la noche un negro espejo, una sombra quebr�ndose de amarillo y naranja. Un espejo. El marco lo forman los cuatro puntos cardinales de un horizonte de sube y baja, arbolado y gris oscuro. Un espejo visto por el lado oscuro del espejo. El lado oscuro de un espejo, advirtiendo lo que lleva detr�s, prometi�ndolo...
Todas las historias est�n pobladas de sombras. En la zapatista, no son pocas las que han delineado nuestra luz. Estamos llenos de pasos de callado andar que, sin embargo, hacen posible el grito. Son muchos y muchas los que se quedan quietos para que el movimiento camine. Muchos rostros difusos que permiten aclarar otros rostros. Alguien dijo que el zapatismo ten�a �xito porque sab�a tejer redes. Bueno, pues detr�s nuestro hay muchas tejedoras de �gil mano, de ingenio grande, de prudente paso. Y, mientras sobre cada nudo de la rebelde red de los olvidados del mundo se alza una luz incandescente y breve, todav�a en las sombras ellas tejen nuevos trazos y abrazos...
Y hablando de tejedoras y de abrazos, yo me desprendo del tibio y fresco de la Mar en el lecho, y salgo a caminar apenas unos pasos, en esta madrugada en que febrero reitera su desvar�o y anuncia la llegada de la liebre de marzo. Ah� nom�s, donde el monte es territorio de la noche de abajo, unos cocuyos se alborotan con la caliente humedad que anuncia la tormenta.
Una sombra peque�a solloza cerca de la hamaca. Yo me acerco hasta distinguir a un peque�o hombrecito, chaparro, bigot�n y bastante entrado en a�os y carnes. Dos maltrechas alas de cart�n rojo corrugado, un par de peque�os cuernos y una cola terminada en punta de flecha hacen que parezca un diablo.
S�, un diablo. Un diablo bastante maltratado. Un pobre diablo...
- �"Pobre diablo" tu abuelo! - masculla la diminuta figura.
Yo no me arredro. Aunque mi cabeza y mis piernas me dicen que corra lejos de ah�, yo soy el hombre de la casa (bueno, de la champa, pero creo que me entienden) y no debo abandonar a la Mar, que es la mujer de la casa. As� que tantas pel�culas de Pedro Infante me imponen que resguarde la casa y, puesto que "Mart�n Corona" y "Ah� viene Mart�n Corona", debo refrenar mis ganas de salir huyendo. Bueno, al menos no sin avisarle antes a la Mar que, como ya dije antes, es la mujer de la casa de la que yo soy el hombre de la casa.
As� que no intento ninguna "retirada estrat�gica" y, como siempre que el terror se apodera de m�, enciendo la pipa y hablo. Hago alg�n comentario ocioso sobre el inestable clima y, viendo que no hay respuesta, aventuro...
- As� que escuchas lo que pienso... -
- Como si lo gritaras - responde el hombrecito.
- �Y no me llames hombrecito! - chilla el...
- Luzbel, ll�mame Luzbel - se apresura a interrumpir mi pensamiento.
- �"Luzbel"? Me suena, me suena. �No es el �ngel que se rebel� por soberbia en contra del Dios cristiano y de castigo lo mandaron al infierno? - digo de un jal�n.
- �se merengues. Pero no as� fue. La historia, infeliz mortal, la escriben los vencedores, Dios en este caso. En realidad lo que ocurri� fue un problema de salarios y condiciones laborales. Un sindicato, por m�s angelical que fuese, no estaba en los planes divinos, as� que el Dios opt� por aplicar la cl�usula de exclusi�n. Los escribas mercenarios se encargaron de envilecer nuestra justa lucha y as� nos fue... - dice Luzbel acomod�ndose para sentarse al pie de un Huapac�.
Yo hasta entonces me doy cuenta de lo peque�o que es, pero nada digo. Supongo que mi silencio lo invitar� a seguir hablando, y, en efecto, as� ocurre porque Luzbel empieza a contar una historia de, como a un diablo corresponde, horror y crueldad may�sculos. Su relato parece tragedia, comedia, o parte de guerra...
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II.
Luzbel qued� un rato en silencio... Adem�s de las estrellas de arriba y las de abajo (los cocuyos pues), nadie m�s andaba la noche de afuera. Encend� de nuevo la pipa, m�s para aprovechar la luz del encendedor y mirar la figura del diablito, que por ganas de fumar. 9 c�rculos de humo salieron de la cazuela de la pipa. Al desvanecerse el �ltimo, �l habl�.
La historia que me cont� Luzbel puede herir la susceptibilidad de las buenas y cristianas conciencias, cosa poco recomendable, sobre todo en estos tiempos en que el alto clero puja por volver atr�s el reloj de la historia. Pero como no estoy compitiendo por indulgencias, y he conocido ya el infierno que el Poder impone a los pobres, yo no tengo por qu� preocuparme. En todo caso, cumplo con advertir a los lectores y con recordarles que s�lo transcribo lo que Luzbel me cont�, a saber:
"El Dios de los ricos y de los libros estaba muy satisfecho con el Tratado de Libre Comercio, el paso al primer mundo, la globalizaci�n econ�mica y todas esas pamplinas que m�s que producto divino parecieran del infierno - por m�s que nosotros, los diablos, no ser�amos capaces de tales horrores.
Bueno, el caso es que el Dios hab�a asignado, como le corresponde, un �ngel de la guarda para cuidar a cada uno de los ni�os de la generaci�n del Tratado de Libre Comercio. Los �ngeles no son muchos, y el trabajo de �ngel de la guarda de ni�os est� muy mal pagado. Pero un tal Gabriel, l�der charro y arc�ngel para m�s se�as, forz� el escalaf�n para cumplir la cuota. Hubo protestas, pero pocas. As� que cada ni�o del TLC ten�a su �ngel de la guarda.
Pero resulta que a ustedes, los zapatistas, se les ocurre alzarse en armas aquel primero de enero de 1994 y alterar todo, hasta la memoria divina. Porque he aqu� que el Dios no se acordaba de los ni�os ind�genas. No es que no los tuviera en cuenta o pensara deshacerse de ellos, simplemente ignoraba que existieran.
El Dios de los libros y de los ricos es un patr�n como todos, pero muy a la antig�ita. As� que consider� que, mientras el neoliberalismo se encargaba de despachar a la otra vida a todos los ni�os zapatistas, �l tendr�a que cumplir con sus funciones divinas y adjudicar, a cada zapatista ni�o, un �ngel de la guarda.
Pero, como ya no hab�a �ngeles de la guarda disponibles, entonces rehabilit� diablitos. Para lograrlo, nos forz� a firmar un tratado comercial humillante y lesivo de la diab�lica soberan�a del infierno. El averno ten�a problemas econ�micos y el tal San Pedro se hab�a aprovechado de nuestros apuros para otorgarnos un cr�dito financiero que conten�a, como es de imaginar, una cl�usula diab�lica.
Bueno, el caso es que el Dios pod�a disponer de la fuerza de trabajo infernal en condiciones leoninas, y sin que esto afectara las restricciones migratorias que los diablos tenemos si cruzamos la frontera celestial. Sin apenas darnos cuenta, de pronto �ramos empleados de segunda, bajo las �rdenes de aquel que nos hab�a expulsado". Luzbel hizo una pausa que m�s pareci� sollozo. Despu�s sigui�...
"As� que, desde la extraterritorialidad de su poder financiero, el Dios nos puso a trabajar como "�ngeles de la guarda" de los que hab�a olvidado en su euforia primermundista, los ni�os zapatistas. Y ahora, en lugar de estar incitando al pecado a las buenas conciencias, de pervertir almas inocentes, de apadrinar l�deres empresariales, de "inspirar" al gobernador panista de Quer�taro, de asesorar al obispo On�simo Cepeda, o de dise�ar la campa�a postelectoral del Fox, ahora estamos cuidando, en condiciones laborales miserables, a ni�os del s�tano.
�Resulta que somos "diablos de la guarda"!
�Deveras!, por una paga miserable, el Dios (que, no hay que olvidarlo, es Dios de todo lo creado, incluso del infierno) nos obliga a guardar ni�os zapatistas. �Y pensar que todav�a hay quien se presume de la bondad divina!..."
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III.
Luzbel call� por un momento y yo aprovech� para garabatear algunas letras. Y es que, no se crean, yo tambi�n me sorprend�. Tanto que, inmediatamente, le escrib� a don Eduardo Galeano unas l�neas, para que cuente esto en alguno de sus libros:
"Fecha: inicios del tercer milenio.
Don Galeano:
En el M�xico neoliberal de principios del siglo XXI, los ni�os zapatistas son tan pobres que no alcanzan �ngel de la guarda. En su lugar llevan consigo un diablo, un diablito de la guarda.
En las noches de tormenta en las monta�as del sureste mexicano, los ni�os rezan: "Diablito de la Guarda, dulce compa��a, no me desampares, ni de noche ni de d�a", y as� les va...
Vale. Salud y nada de mate.
El Sup."
(fin de la carta a Galeano).
Bueno, no desquiciar� a los jefes de redacci�n con m�s puntuaciones dialogales, as� que les cuento de un jal�n lo que le apenaba a este "diablo de la guarda".
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IV.
Resulta que a Luzbel le toc� ser jefe de una escuadra de "diablos de la guarda". No s� cu�ntas escuadras son necesarias para cuidar a todos los ni�os zapatistas (que son bastantes), pero a la de Luzbel le toc� un trabajo infernal, terr�fico, diab�lico. Deb�a de cuidar a: el Beto, el Heriberto, el Ismita, El Andulio, el Nabor, el Pedrito, la To�ita, la Eva, la Chelita, la Chag�a, la Mariya, la Regina, la Yeniperr, y finalmente, �horror de horrores!, al Olivio y al Marcelo.
Cuando le toc� ser "diablo de la guarda" del Beto, Luzbel se desesper�. Y no fue la agitada vida de este ni�o-soldado que desaf�a con su tiradora, lo mismo un veh�culo blindado, tipo hummer y con lanzagranadas, que un helic�ptero "black hawck" de la generaci�n del TLC. Tampoco su cansado sube y baja de lomas y quebradas, buscando le�a para el fog�n de su casa. No, lo que desesper� a Luzbel (y lo hizo pedir su cambio de custodia) fueron las preguntas del Beto:
"�Qu� tan lejos queda la gran ciudad? �Es mayor que Ocosingo? �Cu�nto mide el mar? �Para qu� sirve tanta agua? �C�mo vive la gente que vive en el mar? �De qu� tama�o es la tiradora que puede matar un helic�ptero? Si el soldado tiene su casa y su familia en otro lado, �por qu� viene a quitarnos nuestra casa y a perseguirnos hasta ac�? Si el mar es tan grande como el cielo, �por qu� no los volteamos para que se ahoguen los helic�pteros y aviones del gobierno?"
Preguntas as� fueron las que motivaron el cambio de trabajo de Luzbel. Pero no le fue mejor, porque entonces le asignaron cuidar al Heriberto...
- Fue terrible - confiesa Luzbel - Ese ni�o odia la escuela como secretario de educaci�n p�blica, y a los maestros como l�der sindical charro. Prefiere jugar y cazar dulces y chocolates. �Vieras c�mo hay que correr detr�s de �l cuando escucha el celof�n de un dulce!
Del Heriberto, Luzbel pas� a cuidar al Ismita.
Me cuenta Luzbel que un d�a el Ismita se puso bravo con la Marikerr (as� se llama la ni�a, no me culpen) porque dijo que lo rompi� un gajo de su nance (�rbol frutal) del Ismita. �Pero c�mo lo va a romper si est� muy chiquita y el �rbol est� muy grande?, le pregunt� Luzbel. "Se colg� y lo rompi� el gajo" dijo el Ismita y mir� con reprobaci�n a la Marikerr, que estaba de colada en un asalto infantil a la tienda de "Aguascalientes". El asalto fue organizado por Luzbel porque, dice �l, "los ni�os deben prepararse para todo, incluso para ser gobernadores". El Ismita debe andar por los 10 a�os, pero la desnutrici�n cr�nica le ha regalado la estatura de un ni�o de 4. Ismita compensa su carencia de altura f�sica con grandeza moral. No s�lo perdon� a la Marikerr por romperle el gajo a su nance, tambi�n le convid� del refresco y las galletas que obtuvo del asalto a la tienda. "Es que nadie la convida", le dijo Ismita a Luzbel cuando �ste le reclam�.
La generosidad no provoca la pasi�n del averno, as� que Luzbel se fue a cuidar al Andulio.
Despu�s de mucho caminar, Luzbel lleg� a casa del Andulio, el de la sonrisa que brilla. Al Andulio lo conocimos nosotros en aquellos d�as terribles de la persecuci�n de 1995. Mayo era un caliente aliento quemando d�as y noches, y el Andulio se amanec�a trepado a un �rbol, tratando de imitar a un guajolote con su canto. No muy se acercaba con nosotros, pero una tarde descubrimos que nos aceptaba cuando pidi� una grabadora y, a ritmo de un corrido, se puso a bailar. La Mar le pregunt� entonces, frente a un cartel, d�nde estaba el Sup. El Andulio titube� y, un segundo despu�s, se volte� y me se�al�. El Sup no pod�a estar en el cartel y en el quicio de la puerta al mismo tiempo, as� que al se�alarme de cuerpo presente, el Andulio reiteraba su materialismo filos�fico. Olvidaba decir que Andulio naci� sin manos, una malformaci�n gen�tica le dej� dos mu�ones al final de los brazos.
- Ese ni�o no tiene manos, pero s� una sonrisa demasiado angelical - dice Luzbel para justificar su nuevo cambio. As� lleg� con el Nabor.
Con Nabor no le fue mejor. Con 3 a�os a cuestas, el Nabor tiene una libido que dejar�a apenado a Casanova. Luzbel no hac�a m�s que sonrojarse y de plano se fue a otra comunidad. As� lleg� a Guadalupe Tepeyac en el exilio.
En esta comunidad tojolabal, desalojada de sus casas por el ej�rcito federal mexicano, le toc� hacerla de "�ngel de la guarda", perd�n, de "diablo de la guarda" del Pedrito. El Pedrito es un ni�o guadalupano nacido en el exilio. Cuando se inauguraba el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, su madre lo trajo a luz. Con 3 a�os a cuestas, el Pedrito es su amigo del Lino, otro ni�o guadalupano. Lino naci� el 9 de febrero de 1995 y ten�a apenas unas horas de vidacuando fue expulsado de su casa por los soldados.
Volviendo al Pedrito, resulta que no quiere ir a la escuela. Ya lo amenazaron con llevar su caso a la asamblea de la comunidad y ni as�. Yo le advert� que si no iba lo iba a denunciar en un comunicado dirigido al pueblo de M�xico y a los pueblos y gobiernos del mundo. El Pedrito s�lo me qued� mirando, encogi� los hombros y dijo "m�ndelo usted, al fin que yo no s� leer". La Mar lo defiende diciendo que apenas tiene 3 a�os y el Pedrito la queda viendo y suspira enamorado. Pero �sa es otra historia, ahora estamos con Luzbel cuidando al Pedrito.
Resulta que al Pedrito se le ocurri� jugar a los caballos. Suponen bien si es que suponen que a Luzbel le toc� ser el caballo. Y suponen bien si suponen que Luzbel renunci�.
- Es que ese ni�o aprieta mucho la cincha-, dijo para justificarse.
V.
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Despu�s del Pedrito, Luzbel decidi� cambiar a un g�nero m�s apacible y se dedic� a cuidar a una ni�a zapatista: la To�ita.
A Luzbel no le preocup� la tendencia de la To�ita a despreciar el amor que "mucho pica" (para mi esc�ndalo, calific� su tendencia como "saludable"). Ni eso, ni el haber sido habilitado como mu�eca por una To�ita emperrada en cortarle las alas.
- No hubieras sido el �nico al que se las hubiera cortado - dije con rencor.
El "diablo de la guarda" aguant� todo eso, pero no pudo soportar ese continuo romper y pegar la tacita de t� que es la vida de las ni�as zapatistas...
As� que el "diablo de la guarda" de la To�ita, renunci� y pas� a cuidar a la Eva. Poco dur�. A la d�cimoquinceava vez de ver "Escuela de Vagabundos", con Pedro Infante y Miroslava, se qued� dormido y la Eva aprovech� para bordarle unas florecitas y un "Viva el ezln" en las alas. La verg�enza hizo que Luzbel emigrara.
Despu�s de la Eva, sigui� la Chelita. Una ni�a morena de 6 � 7 a�os y unos ojos negros como estrellas. A Luzbel le pas� lo que a todos, cuando la Chelita lo vio lo dej� helado (temperatura poco adecuada para un diablo), lo hizo volar por los cielos (rumbo nada recomendable puesto que expulsi�n y etc�tera) y le arranc� un "�Ave Mar�a Pur�sima!" que fue, eso s�, demasiado. Como si le arrancaran el alma, perd�n, como si le arrancaran las alas, sinti� Luzbel cuando lo quitaron de cuidar a la Chelita y lo mandaron con la Chag�a.
La Chag�a, como su nombre lo indica, no se llama "Chag�a" sino Rosaura, pero nadie la llama como se llama. Debe tener unos 8 a�os. En una peque�a banda de ni�os belicosos, quien liderea no es un ni�o sino una ni�a, la Chag�a. Ella es la primera y m�s veloz en subir �rboles para coger cigarras, ella es la m�s feroz y certera en los combates con piedras y lodo, ella es la primera en lanzarse a la pelea y, hasta ahora, nadie la ha escuchado pedir cuartel. Sin embargo, cuando se acerca a nosotros, algo raro sucede: la Chag�a es una ni�a tierna y dulce que abraza a la Mar y le pide que le cuente un cuento o la peine o nada m�s la abraza y se queda callada, suspirando de cuando en cuando.
Luzbel no renunci� por el desconcierto que la "tierna furia" de Chag�a le provocaba, sino porque en un zafarrancho le toc� una pedrada, y el chich�n que procre� le dej� un tercer cuerno que en nada le favorec�a. As� que Luzbel se fue a cuidar a otra ni�a, la Mariya.
La Mariya debe tener unos 7 a�os y en su pueblo es la que tiene mejor punter�a con la tiradora. Esto lo descubrimos, nosotros y el pueblo, en uno de nuestros pasos por esas tierras.
Despu�s de caminar varias horas, la Mar y yo nos derrumbamos en el dintel de una champa. No recuper�bamos a�n el resuello, cuando se dejaron venir el H�ber, el Sa�l, el Pichito, y un n�mero indeterminado de ni�os de nombres igualmente indeterminados. Todos tra�an su tiradora y ped�an una competencia para ver quien ten�a mejor punter�a. La Mariya estaba ya sentada a un lado de la Mar y no dec�a nada. Sin levantarme, organic� los turnos e indiqu� poner una lata a 10 pasos de distancia. Pasaron todos y cada uno de ellos y la lata segu�a en su sitio.
Cuando pregunt� si ya hab�an pasado todos, la Mar dijo "Falta la Mariya".
Ante el esc�ndalo de todos, la Mariya se incorpor� y prest� una tiradora.
Un murmullo de desaprobaci�n cimbr� al grupo de varones (entre los que yo no estaba, no porque me las diera de feminista, sino porque no ten�a fuerzas para levantarme y secundar a mi g�nero).
La Mariya dedic� una r�pida mirada de desprecio a los ni�os y eso bast� para que quedaran callados. Reinaba un silencio que poco ten�a de burla y mucho de expectativa...
La Mariya tens� la tiradora, cerr� un ojo, tal y como mandan los manuales de tiradora, dispar� y la lata salt� con un estr�pito met�lico.
La Mariya y la Mar prorrumpieron en un grito de j�bilo: "�Ganamos las mujeres!".
Los ni�os nos quedamos estupefactos, contritos y bocabajeados. "No se preocupen", les dije para consolarlos, "la pr�xima vez hacemos la competencia sin que est� la Mariya". Creo que no convenc� a nadie.
Luzbel est� educado a la "antig�ita", es decir: las tiradoras no son para las mujeres. As� que tuvo una, digamos, "crisis de conciencia machista" que lleg� a reventar cuando la Mariya lo derrot� en el rudo y (ex) varonil deporte de tirarle a las latas con la resortera. As� fue como Luzbel se fue para otro lado.
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En otras comunidades, Luzbel cuid� a Regina, una ni�a de unos 9 � 10 a�os que se comporta como si tuviera 30. Madura y responsable, Regina es hermana y madre de sus hermanitos, guardaespaldas de los insurgentes, la mejor torteadora del barrio y un sol cuando se sonr�e. A pesar de su experiencia en quemaduras infernales, Luzbel renunci� cuando no pudo soportar el quemarse los dedos al voltear las tortillas en el comal.
- No eran las quemaduras -, me aclara Luzbel, -sino que hab�a que levantarse a las 4 de la madrugada a hacer el fuego, moler ma�z y tortear. Y eso s�lo era empezar el d�a...-
Desvelado y con los dedos quemados, Luzbel se fue a cuidar a la Yeniperr.
La Yeniperr es un excelente ejemplo de c�mo el p�jaro vence a la m�quina. Cuando los helic�pteros sobrevuelan su comunidad, la Yeniperr los corretea con preguntas. Ante proyectiles tan fieros, los aparatos b�licos se retiran, y la Yeniperr sigue revoloteando entre tortolitas y colibr�es. Cuando vuela la Yeniperr seguido se extrav�a, y nada tendr�a que temer, a no ser que cerca anden los temibles Capirucho y Capirote.
Con la Yeniperr Luzbel apenas dur� unos cuantos d�as. Seg�n me cuenta, no fue el miedo a los helic�pteros y aviones gubernamentales lo que le hizo pedir el cambio de trabajo.
- Es que nunca se me ha dado eso de volar. Por algo soy un �ngel ca�do...-, dice Luzbel mientras se soba las posaderas.
Jam�s lo hubiera hecho, porque he aqu� que a Luzbel lo asignaron, debido a la falta de personal, para cuidar a dos ni�os: el Olivio y el Marcelo, es decir, Capirucho y Capirote.
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VI.
El Olivio, o el autodenominado "sargento Capirucho", me ha confesado que, cuando �l sea grande, va a ser "Sup". "�Y vos Sup qu� vas a ser?", me pregunt� sabiendo que el cumplimiento de su aspiraci�n me dejar� sin empleo. "�Yo?", dije para darme tiempo, "yo voy a ser un caballo, un ni�o caballo, y me voy a ir hasta all�, bien lejos..." y se�al� un punto indefinido en el horizonte. "Vos puedes ser sargento", me consol� el Olivio mientras descubr�a una tortolita que revoloteaba ignorando las aspiraciones jer�rquicas del hoy Capirucho y la temible tiradora que colgaba de su cuello.
"Cabo Capirote", responde el Marcelo cuando le preguntan c�mo se llama. Sin pena alguna, y tal vez haciendo uso del fuero militar de su "grado", se mete donde quiere y empieza a buscar dulces, chocolates, a contar historias incre�bles, o se pone a espiar a las mujeres cuando se ba�an.
El Olivio y el Marcelo, Capirucho y Capirote. Estos dos ni�os juegan a desconcertarse mutuamente cuando se ponen a decir poes�as. 4 poemas forman su repertorio, y siempre se las ingenian para mezclar unas con otras. �El resultado? No importa, si al final obtienen una paleta de dulce o un chocolate, si pueden dibujar "caniquitas" o salir a cazar, siempre infructuosamente, p�jaros zanates. Piensan Capirucho y Capirote que no hay mejor remedio para el desamor que un buen zanate para comer juntos.
Estos dos enanos, perd�n, ni�os, tienen la bater�a sobrecargada. Tienen unos 7 a�os y cada d�a ampl�an su radio de acci�n. Por entre espinas y acahuales persiguen al "erello" (una especie de salamandra de hasta un metro de largo), pero no se le acercan mucho. A Luzbel lo han tra�do de un lado a otro, tiene las alas llenas de espinas y raspones, le llenaron las bolsas de guijarros (para la tiradora) y lo "tarantan" con su bla-bla constante. Las noches no le alcanzan a Luzbel para recuperarse, y temprano tiene que ir detr�s de ellos a pescar caracol, cangrejo y "camarona", ir al cafetal, ser picados por hormigas, abejas o por cualquier animal "salvaje" de la comunidad, patear una pelota desinflada, comer todo lo que encuentran a su mano y altura, y escucharlos contar haza�as que nunca ocurrieron. Pero lo que m�s le deprime a Luzbel es que lo ponen de tiro al blanco para practicar con la tiradora.
Luzbel est� ya viejo, su edad se remonta al inicio del tiempo. Digo esto no para que le tengan l�stima, sino para que lo comprendan. Yo conozco al Capirucho y al Capirote, y estoy seguro que la labor de cuidarlos dejar�a agotado al mismo Dios (que, dicho sea de paso, tampoco es joven).
Por eso no me sorprendi� Luzbel cuando me dijo que renunciaba definitivamente a cuidar ni�os y ni�as zapatistas.
- Mejor me voy a Kosovo o a Ruanda o a cualquier otro lugar donde la ONU cumpla su misi�n de promover guerras- dice Luzbel mientras se incorpora, - De seguro que ah� hay m�s tranquilidad -
Y, ya por alejarse, agreg�:
- O a la di�cesis de Ecatepec o a la c�pula empresarial mexicana, que viene a ser lo mismo. Ah� hay corrupci�n, mentiras, ultrajes, robos y todas esas maldades m�s propias de los diablos ortodoxos como yo -.
Entiendo la desesperaci�n y el desconsuelo de Luzbel. Estoy seguro que hubiera preferido no tratar de organizar ning�n sindicato angelical si hubiera sabido que, a la vuelta del tiempo, iba a tener que andar tras de estos ni�os.
A la luz de un cocuyo, agregu� una posdata a la carta para Eduardo Galeano:
"P.D. QUE APORTA M�S DATOS.-- Don Eduardo: En las monta�as ind�genas de M�xico, Dios no vive. Y el diablo, ni aunque le paguen..."
Ya casi amanec�a, as� que me desped� de Luzbel y regres� con la Mar.
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VII.
La mayor�a de los ni�os y ni�as zapatistas de Guadalupe Tepeyac en el exilio, nacieron y crecieron lejos de su hogar. En el gobierno mexicano hay ahora otro partido pol�tico y estos ni�os siguen siendo rehenes (ahora de quienes se autodenominan "promotores del cambio") para imponernos la rendici�n. �Qu� ha cambiado para estos ni�os? La historia de su poblado original les parece como de cuento, tan lejos est� en tiempo y espacio que les parece un viaje muy largo volver a �l. Complicados y mezquinos c�lculos pol�ticos y una soberbia est�pida son los que los expulsaron de su pueblo y los que se niegan a devolverles lo que les pertenece.
No s�lo en este pueblo errante, en todas las comunidades zapatistas los ni�os y ni�as crecen y se van haciendo j�venes y adultos en medio de una guerra. Pero, contra lo que se pueda pensar, las ense�anzas que reciben de sus pueblos no son de odio y venganza, mucho menos de desesperanza y tristeza. No, en las monta�as del sureste mexicano los ni�os crecen aprendiendo que "esperanza" es una palabra que se pronuncia en colectivo, y aprenden a vivir la dignidad y el respeto al diferente. Tal vez una de las diferencias de estos ni�os con los de otras partes, es que �stos aprenden desde peque�os a ver el ma�ana.
M�s y m�s ni�os y ni�as seguir�n naciendo en las monta�as del sureste mexicano. Ser�n zapatistas y, como tales, no alcanzar�n a tener un �ngel de la guarda. Nosotros, "pobres diablos", habremos de cuidarlos hasta que se hagan grandes. Grandes como nosotros, los zapatistas, los m�s peque�os...
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Desde las monta�as del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
M�xico, Febrero del 2001.